Sabía llorar a escondidas
guardaba el dolor
donde acababa
el daño,
donde la cicatriz que dudaba
tatuarse en la piel es la que
más le dolía.
Dejaba de ser otro
para no ser el volumen
de la ropa,
para no ser cualquier cosa
que se encontraba
en las cabezas sin fondo.
Podía compartir
el azul del cielo de verano,
con personas que brillan
hasta en las cenizas.
También sabía refugiarse en
las casas con más
habitaciones que personas.
Ahora que pienso que aprendió
a dar sin firmar contratos,
a tener desordenados
los sueños que le hacían respirar.
jueves, 18 de junio de 2020
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